JOSÉ PALLARÉS MORENO
Hace unos meses, Paco Pérez Valencia nos sorprendía con la publicación de un nuevo libro de título sugerente: Gran atlas de la desorientación. Durante el acto de presentación, el pasado 29 de julio en Sanlúcar de Barrameda, Fernando Iwasaki, autor del prólogo que acompaña al libro, y Paco Pérez Valencia bromearon sobre la reacción del primero al leer el mecanuscrito: “¡Paco, esto no es una novela!” Y es que, efectivamente, no lo es. En efecto, Iwasaki considera que se trata de “una propuesta plástica de arte contemporáneo”, emparentada con las tablas del Bosco y que, ya que “no alberga la más mínima esperanza”, debemos leer “como un fresco de las postrimerías, como una siniestra alegoría del apocalipsis o como un mapa que nos conduce a los albañales de la condición humana.”
Estoy en general de acuerdo con Iwasaki, con la salvedad de que yo no afirmaría con tanta rotundidad que este Gran atlas de la desorientación no albergue la más mínima esperanza, sino que más bien me inclino por pensar lo contrario. Conforme me iba adentrando en sus páginas, con la lectura sosegada que requieren, se me iban viniendo a la cabeza dos lecturas de hacía mucho tiempo y muy distintas entre sí. Por un lado, pensaba en las fantasías morales de Quevedo y más concretamente en uno de sus Sueños; por otro, en el libro de George Steiner titulado En el castillo de Barba Azul. Intentaré explicarme.
En “El mundo por de dentro” Quevedo nos presenta a un personaje perdido en el laberinto de las vanidades mundanas, engullido por el éxito. Leamos: “Sea por todas las experiencias mi suceso, pues cuando más apurado me había de tener el conocimiento de estas cosas, me hallé todo en poder de la confusión, poseído de la vanidad de tal manera, que en la gran población del mundo, perdido, ya corría donde tras la hermosura me llevaban los ojos, ya donde, tras la conversación, los amigos; de una calle en otra, hecho fábula de todos. Y en lugar de desear salida al laberinto, procuraba que se me alargase el engaño.” En medio de este estado de turbación, se encuentra con “un viejo venerable” -el Desengaño-, que, ejerciendo de guía, le va mostrando el mundo desvelándole la gran distancia que media entre la apariencia y la verdad. Pues bien, el personaje que nos habla en este Gran atlas de la desorientación es también alguien sumido en un profundo estado de confusión, víctima también de la vanidad y del éxito: “No reparé en que era devorado desde el mismo instante que me dejé seducir por los aplausos y los premios, me creí digno destinatario de todo ello, casi sin esfuerzo, solo por el valor de mis ideas. La banalidad se hizo dueña de todo cuanto hacíamos, hasta el punto de llegar a creer que nos pertenecía esta consideración, viviendo una mentira tan verdaderamente que se nos impregnó hasta el espíritu” (p. 32). También él encontrará sus guías para salir de este laberinto, no a través de una sola voz, sino de muchas, las de los intelectuales que han denunciado que “nada es más mísero que tener talento y no brindarlo al mundo” (p. 32). Entre estas voces, como digo numerosas, ocupan un lugar destacado las de Albert Camus, Pier Paolo Pasolini y Jorge Semprún. Su obra y su ejemplo serán la piedra de toque para distinguir la cultura verdadera de la de oropel.
El Gran atlas de la desorientación está estructurado en tres partes: “Nota de suicidio”, “El banquete” y “El palacio de cristal”
En el castillo de Barba Azul es un libro que no olvida nadie que lo haya leído. Tomando como fondo el cuento tradicional, recogido por Perrault, George Steiner explica cómo la cultura occidental ha ido abriendo todas las puertas hasta llegar a la puerta prohibida, la del horror extremo, la del auténtico infierno al que la humanidad se asomó con el nazismo y sus campos de concentración y exterminio, un infierno que hoy se ha extendido –creo seguir con fidelidad la lectura de Paco Pérez Valencia- hasta Sarajevo, Gaza y tantos otros lugares donde solo reside el horror. Este horror es el que está presente de forma permanente en el libro que comentamos. La imagen de Ridzic Emir, el niño muerto de Sarajevo, acompañado siempre por un Albert Camus que le habla, le sonríe y le cuenta cuentos, atraviesa todo el libro y… lo llena de esperanza. Cierto que es una pequeña rendija entre tanta desolación, pero existe y –a mi entender- Paco Pérez Valencia ha escrito este libro para reivindicarla y aportar su grano de arena.
El Gran atlas de la desorientación está estructurado en tres partes: “Nota de suicidio”, “El banquete” y “El palacio de cristal”, de las que la primera y tercera son sustancialmente más breves que la segunda. Como ya se ha dicho, la voz elegida es la de la primera persona, lo que favorece la cercanía cómplice entre el narrador y el lector, así como la inclusión de elementos probablemente autobiográficos.
Es imposible leer “Nota de suicidio” sin que se nos vengan a la cabeza las páginas iniciales de Si esto es un hombre, de Primo Levi, de El largo viaje, de Jorge Semprún, o las secuencias de algunas películas centradas en el Holocausto. Es la imagen de un tren de mercancías en el que viajan, hacinados como animales, cientos de personas de camino al matadero. En el trayecto, sin embargo, hay lugar para el sueño, entendido aquí en su doble acepción: “Sueño. Cerré los ojos, ignoro si dormí, pero me fascinó dejarme llevar como si no pesara. […] Estaba soñando. Un gran atlas de la existencia que duró un instante. Un instante. Nada en el tiempo de los tiempos y sin embargo, mío. Cerré los ojos y el mundo se me brindó como un cuento, como una balada, como un poema. […] Podía juzgar el mundo sin condiciones.” (Pp. 28-29) Estamos asistiendo al comienzo del sueño que ocupará toda la segunda parte del libro y del que solo la llegada del tren a su destino le hará despertar, pero antes nos indica el espacio en que dicho sueño transcurre: la casa de cristal ideada por el arquitecto utópico Bruno Taut en su Arquitectura alpina, con la idea no solo de crear una gran obra, sino de contribuir con ella a la mejora del mundo, una obligación ineludible para todo artista o intelectual. No está de más leer al respecto el fragmento de la carta que Bruno Taut escribe a un íntimo amigo, tras haberle hablado en una correspondencia anterior de la tentación de suicidarse: “Adolf, buen amigo, ayer recibí tu carta. Pero, antes de recibirla, ya sabía lo que ibas a poner. Aunque todavía no estaba decidido, esa felicidad suprema atraía magnéticamente mis deseos. […]Pero, estando el domingo por la mañana en la cama, de repente tuve un destello: ventisca, glaciares, nieve, palacios de cristal, valles, montañas: todo arquitectura. Y sentí la arquitectura alpina en mis venas. Entonces percibí con claridad que [si me suicidaba] mataría algo que está brotando en mí y que pertenece a este mundo nuestro. A cambio he de aceptar todos los sufrimientos. Si entonces me derrumbo, no será por culpa mía».
“El banquete” es el núcleo del libro, en el que el narrador protagonista asiste entusiasmado al banquete preparado por Bruno Taut
“El banquete” es el núcleo del libro, en el que el narrador protagonista asiste entusiasmado al banquete preparado por Bruno Taut, en el que se dan cita actores como Ernest Borgnine (que va repitiendo incasablemente: “¡No importa que hayas dado tu palabra, sino a quién se la das!”), escritores como Camus, cineastas como Pasolini, poetas como García Lorca, mezclados con personajes “corrientes” como el niño muerto de Sarajevo, a los que se irán sumando más novelistas (Vargas Llosa ocupa un papel significativo), ensayistas, críticos, arquitectos, escultores, periodistas, etc. hasta construir esta tabla central del tríptico en la que personajes e ideas de vivos y muertos discurren sobre un asunto central: el papel que el intelectual (entendido el término en su sentido más amplio) está obligado a desempeñar en la sociedad.
En estas páginas encontrará el lector numerosísimas referencias y/o propuestas de lecturas, una guía más que recomendable de lo mejor de la cultura contemporánea. La idea que prevalece y en la que se va insistiendo de manera reiterativa es la de que “la Cultura, el Arte, deben estar al servicio de la vida, no de la muerte” (p. 68). Pero no siempre ha sido así, y los ejemplos de silencio o complicidad de parte de la intelectualidad ante las barbaridades del Tercer Reich lo demuestran claramente. “¿Dónde han estado los intelectuales todo este tiempo?” (p. 75), es la pregunta que se nos lanza, ¿cuál debe ser su papel? Y la respuesta: “Tenemos que contar nuestro drama. Solo así podremos sobrevivir” (p. 77). La escritura es así, tal como defiende Semprún, una forma de resistencia y la vocación del intelectual debe ser la de encender los volcanes de que habla Bukowski en “3 Horas, 16 minutos y 30 segundos”: “¡Encender volcanes! Esa es nuestra meta: que una sola de nuestras palabras tenga la fuerza suficiente como para lograr perturbar la vida. Entonces no habrá refugio para los que nos han avasallado” (pp. 108-109).
El título con el que he encabezado estas líneas (“Bonjour la Résistance!”) recoge la actitud que me parece dominante en este libro, la necesidad de resistir
Esa es la misión, tantas veces incumplida, del intelectual: “El silencio de los intelectuales es atroz. No están donde deben, no hacen pensar porque nada ofrecen, solo en busca de un reconocimiento excelso que no sirve ni para su propia felicidad. Nos habéis fallado. […] Una sola palabra bastaría para encender un volcán, para llegar hasta cualquier estrella, para conseguirlo todo” (p. 137). Y más adelante: “Si no generamos esperanzas, para qué luchar. Los intelectuales tienen un enorme deber moral. No pueden fallar. Pero lo hacen. Y sin faro, un barco se estrella entre las rocas de los arrecifes cuando está oscuro” (p. 163). El título con el que he encabezado estas líneas (“Bonjour la Résistance!”) responde a que este saludo, con el que comenzaban las emisiones de Radio Londres dirigidas a los ciudadanos franceses opuestos a la colaboración con el nazismo, recoge la actitud que me parece dominante en este libro, la necesidad de resistir: “La vida me regaló algo fascinante: no rendirme” (p. 167), leemos en palabras puestas en boca de la resistente francesa Germaine Tillion; hay que ser “militantes de la vida”, nos dirá un poco después Semprún (p. 189) ante el entusiasmo cómplice de Pasolini.
“El palacio de cristal” es la tabla que completa el tríptico y que enlaza con la primera de dos formas: aclarando la importancia del lugar elegido para el banquete (la obra soñada de Bruno Taut) por su concepción inseparable del anhelo de vivir y de la necesidad de amar (“Un lugar sin amor no permite la vida”, p. 213) y, la segunda, poniendo ante nuestros ojos el atroz destino reservado a los pasajeros del aquel tren infame. Frente al escenario del horror, la casa soñada es un bálsamo, “un lugar solo, para el hombre más solo” (p. 219).
Retomemos ahora la idea de Fernando Iwasaki de que el Gran Atlas de la desorientación debe ser entendido como una propuesta plástica. Lo es en efecto y me atrevo a insinuar que es a su vez la tercera tabla de otro tríptico, en el que las otras dos tablas serían las exposiciones El hombre más solo (en la galería “La caja china”, Sevilla, 2018) y “Teatro Principal” (en la Sala de Profundis de los Claustros de Santo Domingo, Jerez de la Frontera, 2021). Quienes lean este libro y hayan tenido la fortuna de contemplar estas exposiciones comprobarán no solo la coincidencia entre los títulos de los diversos capítulos (o estampas) del libro y algunas de las obras expuestas, sino también la coincidencia e insistencia de los eslóganes que como trallazos salpican los dibujos de Paco Pérez Valencia y que se recogen en el Atlas, o la mirada ineludible y persistente de Pier Paolo Pasolini. Las tres obras forman parte –me parece- de un proyecto común, un ideal ilustrado que no es otro que el de mantener encendida la antorcha de la resistencia frente a la banalidad que parece imponerse sin remedio. Y es en esa resistencia donde anida la esperanza.
(*) Con algunas pequeñas variantes, esta reseña se ha publicado también en el número 74 (diciembre 2024) de Las Piletas, revista editada por la Asociación Luis de Eguílaz de Amigos del Libro y las Bibliotecas (Sanlúcar de Barrameda), y en nuevatribuna.es.
Gran atlas de la desorientación. PACO PÉREZ VALENCIA. Editorial Renacimiento 2024.